Agotamiento por pantallas y una práctica reparadora

Nuevo entorno de comunicaciones online

Después de dos meses de confinamiento –y aún en fase 0, por estos lares– yo que me estaba quitando de redes sociales, he caído como casi todo quisqui en la sobredosis de… videollamadas. A estas alturas está claro que necesitamos conexión, y no me refiero a la del wifi.

Los seres humanos somos sociales por naturaleza, necesitamos interactuar y sentir que pertenecemos a un grupo. Necesitamos crear y mantener vínculos significativos y redes de apoyo real, no sustituibles por vínculos superficiales con gente que conocemos en redes sociales). Deja que te pregunte: ¿con quién cuéntas de verdad, si necesitas dejar a tu hijo/a unas horas o a quién le prestarías dinero? Pues eso.

Las comunicaciones virtuales llegaron para quedarse, eso también está claro (mientras no haya una megatormenta solar o geomagnética que mande todo internet a la porra…). De todas maneras evolutivamente hablando hace muy muy poco que nos estamos comunicando de esta manera en directo, no presencial (primero fue el teléfono, luego videollamadas, con el 5G ya están ahí los hologramas…. en fin).

Quiero empezar explicando brevemente de dónde venimos (biológicamente) y cómo nos adaptamos –más o menos– a este nuevo entorno de relaciones; cómo afecta a nuestro sistema nervioso y qué podemos hacer para regularnos y no caer en estrés añadido, si podemos evitarlo.

Los mamíferos necesitamos contacto

Los humanos somos una especie mamífera del tipo porteador (un “primate llevador”). Esto quiere decir que, aunque no nacemos tan inmaduros como los canguros, tampoco estamos listos para salir detrás de la madre (como los caballos) ni solemos tener varias crías que se dan calor en el nido (gatos o perros) y menos aún, que se queden horas en silencio (tipo conejos, en la madriguera).

El «cachorro humano» recién nacido es una criatura muy inmadura y para sobrevivir necesita tanto como el alimento, un contacto permanente con la madre. De hecho un bebé puede morir por falta de esto, es el llamado marasmo.

Pero no solamente los bebés necesitan el contacto.

Al hilo de la privación que está suponiendo la pandemia a este nivel, hace poco recordaba mi querida Ibone Olza que «la evolución parte de la cooperación entre especies y entre individuos” y que “la oxitocina, la hormona que facilita la propagación y reproducción de la vida, se libera en el contacto, en el mirarse a los ojos, en las caricias y en los abrazos» (Oxitocina versus coronavirus).

El hambre de piel tiene efectos debilitantes en los ancianos –estudió el antropólogo Paul Byers– y es justo el segmento de población menos tocado en general y además especialmente vulnerable ahora ante la enfermedad.

El contacto fortalece nuestro sistema inmune

Tiffany Field del Instituto para la Investigación del Tacto (Universidad de Miami) explica que:

“cuando tocamos la piel se estimulan los sensores de presión subcutáneos, que envían mensajes al nervio vago [del cerebro] … A medida que aumenta la actividad del nervio vago, el sistema nervioso se desacelera, bajan el ritmo cardíaco y la presión sanguínea y las ondas cerebrales muestran relajación. También bajan los niveles de las hormonas del estrés, como el cortisol”.

En este sentido el tacto influye en la respuesta inmunológica del organismo por esta reducción del cortisol, de hecho está comprobado cómo mejora las defensas en pacientes con VIH y cáncer.

Y a la inversa: el «hambre de piel» debilita nuestro sistema inmunológico y nos vuelve potencialmente más susceptibles al coronavirus. Por eso señala Field con preocupación, la cruel ironía que supone el distanciamiento social “porque este es el momento en el que realmente más necesitamos el contacto humano». Y teme que la pandemia pueda hacer de la falta de contacto físico un problema de largo plazo: “sospecho que cuando todo esto haya terminado mucha gente va a seguir manteniendo la distancia social”.

Un momento paradójico

Vivimos pues tiempos duros, porque el distanciamiento social ha reducido –drástica o casi totalmente– el contacto físico y nos lanza a esta situación contra-intuitiva: racionalmente podemos asumir que por supervivencia lo mejor ahora sea evitar juntarnos, y a la vez existe otra parte nuestra (un instinto básico, evolutivo) que busca seguridad en la conexión con los demás, y nos impulsa al apoyo mutuo y a encontrarnos.

Mi intención al explicar todo esto es que podamos entender y tener en cuenta algo que nuestro sistema nervioso necesita para “sentirse bien”. Así tenemos la opción de hacer un uso inteligente de los medios de que disponemos y elegir comunicarnos de manera más consciente. Podemos intentar regularnos, priorizando las diferentes necesidades y medios para satisfacerlas. Ejemplo:
¿Es necesario para esto una videollamada?¿Bastaría con la voz?¿Y si escribo un mensaje, es suficiente?

La disonancia en las videollamadas

Antes hablar del «agotamiento por pantalla» quiero comentar lo que cuenta Stephen Porges, investigador conocido por la teoría polivagal.

Decía que al principio del confinamiente la gente empezó a hablar por videollamada simplemente para decir algo así como «hola, estoy aquí, si necesitas algo podemos hablar…»: mensajes en las que el contenido no era tan importante como la intención de mantener el vínculo. Y explicaba cómo el hecho de vernos y escucharnos –a diferencia de un mensaje en texto– aporta un extra de conexión que nos ayuda a sentirnos según él «más seguros, generosos y accesibles». Añade: «cuando nuestros cuerpos se aislan, nuestros sistemas nerviosos se vuelven más defensivos«. Por eso defendía la ventaja de las videollamadas para «tranquilizar» ese aspecto, y mantener la conexión con nuestra gente.

Argumenta que la videollamada es más eficaz que el texto y que la voz para eso, porque nuestro sistema nervioso evolucionó para detectar la entonación de las palabras y las expresiones faciales. Digamos que evolutivamente hablando hace relativamente muy poco tiempo que creamos las palabras y la capacidad de extraer el significado de los símbolos, y aunque tecnológicamente represente un avance, de algún modo la videollamada nos invita a recuperar esa otra comunicación más «primitiva».

Cuando nos comunicamos en persona, hay mucho flujo de información intuitiva, percepciones sutiles que detonan reacciones en nuestro sistema nervioso. A veces el silencio es incluso más elocuente que las palabras y todos hemos sentido alguna vez el poder de una mirada, un gesto, una caricia en silencio. Como dice la canción «you say it best, when you say nothing at all».

Estar presente en el cuerpo, mientras hablas

El siguiente paso sería prestar atención –mientras nos comunicamos así– a lo que ocurre en nuestro cuerpo. Ser conscientes de que no solamente estamos compartiendo un contenido (verbal) sino que estamos estableciendo un proceso de co-regulación. Realmente hacemos un esfuerzo por «captar» a la otra persona, sintonizar con ella y sentir cómo se siente aparte de lo que está transmitiendo.
La intención de conectar es hacernos más presentes, mandar un «estoy contigo», te escucho, cuenta conmigo (aunque sea así).
¿Puede al mismo tiempo escucharte a ti mismo/a, dejar espacio a la presencia en ti? (Es lo que practicamos en clase, todo el rato). ¿Desconectas de ti para atender al otro/a o puedes ampliar tu atención para incluirte también?

Esto es especialmente importante para comunicarte con un bebé. Aquí puedes ver a una criatura totalmente concentrada, mirando y tocando la cara de su mamá, que lleva mascarilla. Imagina su esfuerzo, en plena construcción del vínculo afectivo, para interpretar los gestos faciales cuando falta la mitad de la información. Toma conciencia de la importancia de esta regulación afectiva y para evitar la interferencia de la mascarilla, procura usar como alternativa una pantalla transparente. Aquí tienes un artículo sobre esto en relación con el experimento de la cara inexpresiva.

¿Por qué nos agotan las videollamadas?

Según Petriglieri en este tipo de comunicación hacemos un mayor esfuerzo de concentración para decodificar esa parte no verbal (entonación, expresión facial, postura) y se genera una disonancia entre la mente (enfocada en entender) y el cuerpo (más rígido que en una interacción natural).

A la fatiga visual de estar mucho tiempo con pantallas –si trabajas o teletrabajas con ordenador, es un suma y sigue– se añade el que si estamos mirando a varias personas (a veces tenemos 5, 6 ó más recuadros de interlocutores) cuesta mucho más que en la interacción natural el atender a todos esos estímulos. A veces es complicado gestionar las intervenciones y los silencios, y hay personas que se estresan mucho por verse a sí mismas y sentirse observadas por la cámara todo el rato.

La dificultad de separar ámbito personal / familiar y laboral es otro añadido, porque igual estamos hablando con alguien de trabajo y mientras escuchamos alboroto en la habitación de al lado o tememos que nos puedan interrumpir (quienes tenemos hijos, es habitual). Me reí el otro día recordando el vídeo de un tal R. Kelly (se hizo viral hace unos años) el tipo retransmitiendo para la BBC desde su despacho en casa, y sus hijos entran y… cara de «tierra, trágame» mientras su mujer en plan ninja saca a los niños a toda velocidad.

Falta mencionar todas las nuevas herramientas que hemos tenido que aprender en poco tiempo, algo también estresante para las personas no muy «tecnológica». Justo ayer una amiga me contaba que había tenido un día agotador, y que para más INRI en la reunión del cole de su hija, tuvo que usar una aplicación nueva (Webex), ooootra más que añadir a la lista de este par de meses: Whatsapp, Skype, Zoom, Jitsy, Whereby, etc. Aaaargh.

Cómo puedes reducir la fatiga

Te recomiendo que si puedes elegir, prioriza la videollamada sólo para cuando verse sea importante o necesites compartir pantalla (yo lo hago bastante, cuando trabajo). Si no puedes elegir, mira si podrías participar en la reunión sin tener que mirar todo el rato la pantalla –sólo escuchando– o incluso avisar (si puedes permitírtelo) de que vas a apagar tu cámara, y así tener la libertad de moverte como quieras y ayudarte a reservar parte de tu atención a sentir tu cuerpo, mientras hablas/escuchas.

Algunas comunicaciones no son tan urgentes, de manera que también puedes escoger el momento que quieras para escribir o mandar un audio o vídeo. Incluso –por qué no– recuperar la escritura de cartas a tus seres queridos (o a ti mismo/a). Te dejo al final algunas sugerencias.

Incluye pausas de «conciencia corporal» a lo largo del día, evita videollamadas y pantallas a última hora antes de acostarte y si quieres dedicarte unos minutos para sentirte y facilitar un mejor descanso, te invito a esta minipráctica de 10min para la que sólo necesitas acostarte sobre un suelo firme y un bastón (o palo de escoba):

(La sesión entera dura hora y media, ¿te apetece practicar?)

Referencias:

[Actualización: más referencias]

¿Cómo está siendo tu experiencia con las pantallas últimamente, y con las videollamadas concretamente? Si te apetece compartir algo te leo en comentarios  ↓↓



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4 comentarios en «Agotamiento por pantallas y una práctica reparadora»

  1. Mi experiencia no ha sido muy negativa, porque en realidad las he usado poco. Mi trabajo es presencial y solo lo he utilizado con algunos pocos amigos en reuniones de trabajo. Es cierto que te exige más atención y sobre todo, porque a veces hay interferencias de sonido o de otro tipo, que bien, por falta de costumbre o por falta del software adecuado, hacen incomprensible algunas conversaciones, al menos durante algunos momentos. Pero estoy muy de acuerdo en que hay que tomarlo con calma. El ser humano es como es y el salto al «hombre biónico» tendrá que ser a paso evolutivo, sin forzar la máquina…. pero creo que el camino ya está marcado, aunque habrá muchas cosas que perfeccionar, apoyándose también en herramientas como las que tú ofreces. Gracias por la reflexión.

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  2. Muy interesante y documentado tu artículo. Gracias. Una vez más abriéndonos puertas. Mi breve reflexión. El contacto por videollamada lo recibo con alegría como un alivio al aislamiento y la curiosidad de lo nuevo. Se transforma un poco en frustración ante la constancia de lo que le separa del contacto real. Despierta el quiero y no puedo. Realmente me fatiga, creo que en parte por lo antinatural de ver simultáneamente espacios físicos diferentes. Y quiero escapar del riesgo de caer en el error de ponerlo al nivel del contacto real, en este momento de teletrabajo, tele estiramientos, tele consulta médica y tele todo. Que cuando termine esta situación y no sea cuestión de salud no nos con formemos con estos sucedáneos de contacto

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    • Totalmente Visi, el peligro de acostumbrarnos a esta «nueva normalidad» porque la comodidad+seguridad se impongan, me preocupa. No es mi caso, estoy deseando encontrarme en presencia física; también sé que muchas personas están cambiando su percepciones hacia otros lugares y me apena, ese alejamiento de lo «real». Veremos.
      Gracias por lo de «documentado», me sale la vena bibliotecónoma-documentalista, me encanta investigar y aportar información que creo interesante así que por aquí andaré difundiendo cuando pueda <3

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  3. Gonzalo, cierto lo de los fallos en la conexión o que resulta que alguien no puede entrar en la videollamada porque el navegador o el equipo… lo que sea, hay tantas cosas que escapan a nuestro control. Que en las videollamada informales igual no es tan importante pero «bajo presión» uf también lo he vivido y es un rollazo. Aprender a fluir con eso 😉 Gracias a ti!

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